No podía mirarla sin sentir esa insoportable mezcla de rabia, odio y tristeza. Sus moratones en los ojos y sus labios partidos me destrozaban el alma.
Yo se lo había advertido desde que eran novios, desde aquella vez en que él le prohibió participar en aquel grupo de teatro porque tendría que actuar con otros chicos. Le dio a elegir: o el teatro o él.
Yo le insistí en que "te amo" no significaba "tu amo", pero no me escuchó.
Tras esta última paliza, y conteniendo todo mi dolor para que ella no se derrumbara, la animé al divorcio y le dije que yo estaría a su lado en todo momento. Me respondió:
- No puedo dejarlo: lo quiero tanto, papá…
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