Aquella noche nos habíamos acostado separados. Yo, en el dormitorio; ella, en otro cuarto. Al alba oí sus pasos sigilosos. Vi cómo abría mi puerta; traía un cuchillo. Se lanzó sobre mí. Grité: "¡Amalia, no, no!".
Me desperté gritando. Sudaba. No podía controlar mi furia. Fui a la cocina y empuñé el cuchillo grande. Abrí la puerta del cuarto de Amalia. Había huido.
Sobre la cama, sin deshacer, había un folio. Leí: "Me voy. Jamás me volverás a ver. Sé que, si quedo, cualquier noche me degollarías. Quiero vivir. En tus ojos he visto el odio; he leído la sentencia de muerte contra mí. No quiero que me mates. Nunca más tuya, Amalia".
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