María vive entre el morado y el verde: los colores que adornan sus rostro desde hace años.
Hoy, como siempre, él llama a la puerta. Entre murmullos de perdón. Suavemente, con los nudillos. No por cortesía, sino por tenerlos heridos de los puñetazos lanzados contra ella.
Y María, como siempre, se acerca a la mirilla, temblando. Sabe que tras ese aparente arrepentimiento, si se niega a abrir, vendrán las patadas y los gritos.
Así que, quita la cadena, corre el cerrojo, abre la puerta...
Pero, por primera vez, para arrojarle la maleta con la ropa de él todavía ensangrentada y sus cosas.
De nada sirven sus amenazas, ni la puerta casi reventada.
Él, ya está fuera de su vida.
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