Llegué a Madrid en febrero, hacía frío y apenas se veía gente en la calle. Era muy tarde y un silencio incómodo cubría la ciudad.
Cogí un taxi hasta la dirección que llevaba escrita en un papel. La puerta se abrió y entré en la que iba a convertirse en mi casa.
Mi tía, me había traído para trabajar con ella en tareas de limpieza. Eso es al menos lo que nos había contado a mamá y a mí. Y lo que había hecho que cruzara el charco en busca de esa vida que ella me prometía.
La realidad fue más dura, mi nueva casa era un prostíbulo. Cerré corriendo la puerta y busqué en esas calles silenciosas, un policía.
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