Nunca me pegó, mas nunca lo necesitó. El sonido de las llaves prestas a abrir la puerta me ponía el vello de punta. La cena estaba lista, el baño preparado y el pijama planchado, tal y como a él le gustaba. Pero la incertidumbre de pensar que algún ínfimo detalle se me hubiera escapado me aterraba. Las lágrimas afloraban por mis ojos temiendo las inevitables consecuencias de un error involuntario. Vejaciones verbales, humillaciones morales, diversas formas de demostrar mi inferioridad ante él, ante el hombre que juré amar eternamente sin saber que su concepto del amor difería tanto del mío.
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