Miraba angustiada al reloj esperando la llegada del marido, que por todo saludo le propinaría un bofetón o una sarta de insultos.
Pero estaba decidida: aprovecharía una de sus muchas noches de alcohol y buscaría refugio en un hogar de acogida huyendo de una vida de maltrato.
Había acordado por teléfono llegar sobre las tres de la madrugada. Sigilosa, con la niña dormida sobre su hombro, abandonó el piso. Bajó descalza las escaleras y en la calle avanzó quebrada por el miedo hasta llegar a la casa: olía a café recién hecho. Después de tantos años de padecimiento alguien le abrazaba. No pudo evitar que le rodaran dos lágrimas mientras tomaba una taza de café. Su niña dormía.
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