Durante veinticinco años fui el saco de boxeo de sus iras, de sus fracasos, de su actitud mediocre ante la vida. A todo eso llegué a acostumbrarme, hasta que él cambió. Simplemente dejé de existir en su vida. Ni me hablaba, ni me miraba. Dejé de ser persona. Era un bulto, una ameba rondando las paredes del pisito donde me metió cuando firmamos un documento con el consentimiento de todos, de los suyos y de los míos. Nosotros, eso sí, éramos la pareja protagonista.
He puesto punto y final. Aun sin saber quién o qué soy a día de hoy, he salido corriendo. Solo traigo conmigo esta cuerda. Todo lo demás que me pertenecía se lo fue quedando.
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