Con la mano abierta recibí mi primera bofetada. Me caí al suelo, la nariz me sangraba y mi labio se partió casi tanto como mi corazón. El impacto dejó sin agua a mi alma herida ya de por vida. Me arrastre, lloré, grite, escupí e incluso mordí a todo lo que me hiciera posible de nuevo levantarme. Así ha sido durante años.
Hoy he vuelto a recibir otra bofetada, también con la mano abierta pero a diferencia de la primera hoy no me he caído. Me he mantenido en pie, firme, desafiante y sin mirar atrás he caminado y he llegado, aquí, al ahora, a vivir, a sentir, a escribir mi historia. Como yo quiera.
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