lunes, 5 de noviembre de 2018

Amores víricos

En algún lugar alguien respira… Una molécula poligonal portando su ser inundado de luz, fija su anclaje en un suelo mullido, arquea lentamente sus agujas y hunde sus colmillos en el huésped, penetrando, violando, sin encontrar resistencia. La proteína sale de su cápsula, serpenteando, mientras desciende por un cilindro hueco protegido por miles de perlas. Ya dentro de la célula, el genoma inyectado se desnuda, dejando al descubierto sus atributos nucleicos. Los ácidos invaden los ribosomas en un abrazo mortal, aprendiendo, aprovechándose de su capacidad replicante. Mientras, la incubadora se presta, se ofrece sumisa. Las partículas creadas maduran, la futura madre las introduce en cápsides con delicadeza, con amor, acunándolas cada una en sus panales.

Comienzan los dolores, las réplicas se aglutinan en la pared celular, la rompen, se liberan. Ella las desliza suavemente al exterior, las siente alejarse sin darse cuenta que su piel se vuelve pétrea como un terrón de azúcar olvidado, se marchita como un cactus enterrado en agua, se muere. Mientras, el reproductor se encamina a la caza de su próxima víctima, orgulloso de sí mismo, proclamándose un ser vivo.

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