— ¡Silencio! —La empujo con rudeza hacia el sofá—. Siéntate mujer. No iras a ninguna parte. Por fin estaremos los trece solos.
—¿Los trece?
—Si. La jarra, la cerveza, tú, la cama, yo. La jarra, la cerveza, tú, la cama, yo. La jarra, la cerveza, tú.
Desperté perturbado por este insólito sueño. Y desde entonces me atormenta la incoherencia de esta quebrada humanidad. La poderosa mente a veces despista y el vestigial instinto a veces nos desvirtúa. Para ello creé esta cura, retiré de la redoma una pizca de odio y rencor. Vertí la sublime esencia, y nació ese mágico vínculo que florece en cualquier estación.
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