Cuando su padre le preguntó un día, al volver deprimido del trabajo, qué quería ser él de mayor, Daniel levantó un segundo la vista de su bloc de dibujo y contestó, con una sonrisa sin dientes, que pintor. Entonces su padre, pintor de profesión, se rió. Y Daniel siguió pintando concienzudamente su dibujo, mientras escuchaba a su padre entrar en la otra habitación, llamándola a gritos. Inmediatamente cogió el color rojo y coloreó su vestido, y sus piernas, y sus brazos, y su rostro, saliéndose por los bordes de su silueta, llenando enseguida la hoja entera. Pensando que su madre solía colgar sus mejores dibujos en la nevera, pero que este seguro que no, porque le había salido mal.
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