domingo, 5 de noviembre de 2017

Inocencia rota

Sus ojos infantiles estaban muy abiertos.

Había tanto terror en ellos que me estremecí. Pensaba que estaba dormido, pero estaba allí en pijama, con los pies descalzos y una expresión de espanto en su cara.

Yo me había levantado del suelo de la cocina, tratando de disimular que no había pasado nada, que los gritos solo habían sido una discusión pasajera, que los golpes no habían ocurrido, que el moratón en mi mejilla había sido por un simple accidente.

Pero sus ojos inocentes seguían mirándome con asombro, y de sus labios salió una súplica que se me clavó en el alma:

—Mamá, no dejes que te vuelva a tratar así.

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