Tenía el ojo derecho hinchado y amoratado. El brazo
magullado. Y el labio partido lleno de sangre. Pensó que no le sentaba
bien ese aspecto. Que le dolía y no le hacía justicia. Que no podía
permitirlo.
De
repente se levantó sudando en la cama después de haber tenido esa
pesadilla viéndose a sí mismo golpeado y su pensamiento cambió en una
fracción de segundo. Tenía que parar de seguir haciéndole eso a su
mujer. Ahora se había dado cuenta.
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