Sólo entonces supo quererme como siempre soñé. Aquella noche me abrazó de esa manera que tanto había necesitado. Pegado a mí, sintiendo con su cuerpo cada centímetro del mío, abrazándolo fuerte como si así pudiera retenerme, acariciándome hasta el amanecer. Aspiré cada porción de su ser que al fin era del todo mía, aunque no fuera más que un espejismo producto de la despedida.
Salió a trabajar temprano. Desayuné lentamente y me fui para siempre. No llevaba más que una mochila y una gran angustia aferrada al estómago. Le amaba muchísimo. Pero nunca volvería a sentirme inferior, no volvería a olvidarme de mí misma por amor. Me limpié las lágrimas y sonreí, por primera vez en mucho tiempo.
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