Si cerraba los ojos podía escuchar los latidos de mi propio corazón. Y, de repente, me encontré saliendo del ascensor. Acababa de dar el paso y me dirigía hacia la libertad. Me sentía viva de nuevo. En cuestión de segundos, decidí dejar atrás aquel infierno. Ya no sentía miedo, al contrario, me sentía emocionada por el mundo que se me abría ante los ojos.
Y, con cada paso que daba, y, conforme me alejaba, una sonrisa asomaba en mi cara borrando todo rastro de dolor y sufrimiento. Me crucé con una señora mayor que me correspondió con otra sonrisa. Y en aquel momento supe, que jamás nada volvería a hacerme volver con él. Ya era historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario