Mi madre llevaba mucho tiempo muerta el día que saltó por la ventana. Creó que ya estaba muerta cuando yo nací. No recuerdo haber visto reír a mi madre. Una sonrisa sí, pero reír, lo que se dice reír, no lo recuerdo. Tampoco lloraba a menudo. No parecía sufrir por los golpes, ni por los insultos, ni siquiera cuando él la sacaba a hostias de la cama para meter en ella a cualquier furcia. Mi madre estaba allí, pero los muertos no pueden sufrir. Cuando mi padre se asomó a la ventana y vio los sesos de mi madre desparramados por la acera se sentó en el sofá y me mandó a la nevera a por otra cerveza.
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