Mi corazón latía a prisa, como cuando le conocí, como cuando nos casamos, como cuando me golpeaba; pero esta vez era distinto. Bajé los peldaños a prisa, sintiéndome renacer. La mirada torturada que me devolvió la muchacha del espejo me bastó. Un ojo morado, un brazo roto, la muñeca fisurada, el tobillo torcido y un sinfín de hematomas y cicatrices invisibles eran más que suficientes. Ahí terminaba la lista médica, ahora volvía a nacer. Volvería a aprender a vivir sola, a confiar en los demás y, con suerte, a enamorarme; pero en esa ocasión, sólo de quién no quisiera mis llantos sino mis risas. Abrí la puerta del portal sin mirar atrás. No volvería a hacerlo.
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