El primer paso no lo di yo: reboté con estrépito contra la pared, precipitada por su brusca tiranía.
El segundo fue tembloroso: retrocedí antes de que él llegara. Este paso lo di muchas veces.
En el tercero, un anuncio radiofónico, un 016 oculto bajo el dolor, para que no lo viera, mientras avanzaba con miedo.
En el cuarto tenía la mirada fija en aquella puerta, todavía lejana; pero la estancia quedó atrás: atrás las sopas frías y las hirvientes palabras.
Con el quinto mi mente rugió por haberme creído todas sus flores del día después.
Fue en el sexto que di el portazo: él decía que no; pero yo descubrí que, al final de ese largo pasillo, sí hay salida.
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