Soplo el café empañando el ventanal. Tras él veo una tímida curva de colores, me retorna a mi infancia.
Corría hacia mi habitación. Mis dedos elevaban el volumen de la radio vehemente. En mi diestra un lápiz violeta terminaba de dibujar un arcoíris, arañando y rasgando el papel. El pomo de la puerta giraba impaciente. Corrí hacia él, giré el pestillo y abrí la puerta. Un ápice nunca visto de valor en sus ojos nos llevó a hacer las maletas.
Aquel largo viaje en tren me enseñó que mamá sabía sonreír; mi nuevo hogar que el amor no grita, no duele.
El café ya está frío. El tímido arcoíris ahora es más fuerte. Sonrío. Ya no llueve.
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