Carlos se ha marchado. Estoy a solas con la bicha, que me estruja el corazón con sus zarpas de hierro. Mi padre había colocado la semilla; recuerdo su desprecio destilado en palabras. Tonta, si es que eres tonta, que para nada aprovechas. Así, nunca encontrarás marido. Y la bicha, roe que te roe.
En algo se equivocó mi padre: encontré a Carlos. Él me quiere –lo sé- aunque a ratos logre desquiciarlo. A él le duelen más que a mí los bofetones, los insultos. Culpa mía, por neurótica. La bicha desconfía, acecha desde su trinchera.
En algo se equivocó mi padre: encontré a Carlos. Él me quiere –lo sé- aunque a ratos logre desquiciarlo. A él le duelen más que a mí los bofetones, los insultos. Culpa mía, por neurótica. La bicha desconfía, acecha desde su trinchera.
Hoy Carlos se ha pasado: el ojo me palpita, me zumba el oído.
No aguanto más.
Descuelgo el teléfono.
***
En pocas palabras has expresado lo que a la mayoría de mujeres maltratadas les pasa, piensan que es culpa de ellas. Lamentable pero real. Te felicito por lo bien que lo reflejas.
ResponderEliminarLa maleta
ResponderEliminarMe arrastro por el suelo, y a duras penas logro incorporarme. Veo dos dientes en el piso, y varias manchitas de sangre. Me miro en el espejo, y no reconozco a esa mujer triste y derrotada que me devuelve el reflejo. Su rostro está deformado y lleno de tonos violáceos. “Es tu culpa, lo provocaste una vez más”, le digo llorando, arrepentida de haber llamado al vecino para reparar la lámpara rota. Comienzo a buscar el botiquín para curarme las heridas. Al halarlo hacia mí, cae una maleta, y con ella vienen los recuerdos.
Era una tarde de invierno. Mi madre acabada de volver del hospital. Traía de trofeo dos costillas rotas y una mano fracturada. “Me voy, esta vez sí lo dejo”, oí que decía. Empacó mis cosas en esa maleta, me tomó de la mano y atravesó el umbral. Pero se detuvo. Años después, cuando le pregunté por qué no se había marchado me confesó: “Tenía una niña pequeña que alimentar”.
Veo la maleta de nuevo. Yo no tengo hijos. Puedo empezar de nuevo. Empaco mi ropa, tiro el anillo y me marcho. Hoy, estoy dispuesta a conocer una vida sin golpes ni humillaciones, y un amor que no duela.