lunes, 30 de octubre de 2017

Qué listo

La vigilaba. Controlaba sus movimientos, su móvil, sus redes. No hacía otra cosa que vigilarla. Así empecé a perder mi propia libertad.
Qué tonto.
La despreciaba. A ella que me amaba, sí, la despreciaba. A ella que era mi vida, la despreciaba. Así despreciaba mi propia vida y, claro, a mí mismo.
Qué tonto.
La insultaba. Todo en ella me parecía mal. Era como un espejo en el que creía ver mi propia mierda. Y sí, así me insultaba a mí mismo.
Qué tonto.
Le pegaba, y sí, ya sabéis… Así golpeaba a mi propia dignidad.
Qué tonto.
Así entendí que el amor no es eso, que el amor es respeto. A ella y a su libertad: nuestra libertad.

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