viernes, 27 de octubre de 2017

Basta

Un día, sin pensarlo, se marchó. Sin tener adonde ir, pero teniéndose a sí misma y a su dignidad malherida. Asqueada de ir contra la mujer que cada noche dejaba caer su cuerpo en la cama y rezaba porque no se acordasen de ella. Cansada de taparse los moratones, de disfrazarse el alma y de dibujarse una sonrisa de cartón en el rostro marchito.

Ni cogió las llaves ni se dio la vuelta: sabía de sobra que si la echaban en falta sería porque no estaba ahí para recibir los golpes de la frustración ajena. 
 

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