Siendo jóvenes cada día me deshojaba, no hacía falta un
argumento, él siempre encontraba causa para poder hacerlo, yo, cuanto más lo
hacía, más sentía la necesidad de estar a su lado, parecía que esa forma de
desnudar mi espíritu me fortaleciera.
En pocos años pasó de deshojarme a ir talando las ramas,
primero las más jóvenes, después las más vetustas, todas las que él se había
encargado de que estuvieran desnudas, un día, como sin darme cuenta y él
tampoco, empecé a talar primero sus ramas tiernas, después también las más
viejas, me llevó mucho tiempo, pero llegué a conseguir que solo quedara su
tronco.
Entonces arrimé una cerilla y quedó convertido en cenizas.
Yo empecé a florecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario