martes, 22 de noviembre de 2016

Sufrir

Ni un triste buenos días. Entra por la puerta de la cocina. Evita mis miradas. Se sienta frente a mí indiferente, con un café humeante entre sus manos. Soy un fantasma que ocupa su mundo. Su silencio me duele tanto que no me permite llorar. Sería imprudente. Temo un arrebato violento si lo hago.
            Su indiferencia duele más que sus golpes. Aunque todavía arde en mi mejilla el último bofetón que me propinó. Los calificativos que me dedica están a la altura de idiota, imbécil, inútil. Recuerdo con pena las palabras tiernas y cariñosas, las dulces caricias, de no hace tanto tiempo.
            Retumban en mi memoria las proféticas palabras de mi madre:
Pedro, hijo, ésta chica no te conviene-.

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