Un día sus manos se llenaron de arrecifes y su corazón de tierra.
Él, que había sacado el número uno en las oposiciones al Romanticismo. Luego sus frases se impregnaron de iras apagadas y fueron subiendo su volumen, inversamente proporcionales al índice de su coherencia.
Y comenzó a gritarme en un idioma troglodita y me desnudó con la mirada sin respeto. A la siguiente noche dibujó un ademán amenazante y me recriminó amistades y actitudes.
Por la mañana le hice el equipaje y se lo puse al otro lado de la puerta, con una nota: Si te encuentras con el alma del hombre que eras y consigues que regrese a tu cuerpo, en el fondo de mi armario queda sitio.
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