lunes, 14 de noviembre de 2016

La visita

Cuando lo vi aparecer, su presencia me sobrecogió. Hacía quince años que no nos veíamos y estaba muy cambiado. Sin duda, el tiempo transcurrido en la cárcel le había pasado factura. Su hermoso cabello de antes era ahora una triste calva salpicada de filamentos blancos. Su seductora mirada había mutado en un par de ojos hundidos bajo unas ojeras tatuadas sobre la piel de los párpados. Me dijo que aún me amaba, que nunca había querido a nadie tanto como a mí. Me juró, con decenas de lágrimas brotando una detrás de otra, que no entendía por qué lo había hecho. Antes de marcharse, depositó un ramo de rosas rojas junto a la lápida de mi tumba. 

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