Al verla pálida, su mirada alegre y brillante, ahora fría y perdida, sentí como mi cuerpo flotaba diciendo adiós al presente para recordar los buenos momentos que habíamos pasado juntas hasta que lo conocimos…
Cuando Andrés subió su tono de voz hasta que por su boca salió un grito fuerte y amenazador, recordé los consejos de mi madre.
— No permitas que un hombre te levante la voz dos veces, porque si lo permites, con el tiempo también te levantará la mano.
Mi compañera pensó que esas cosas sólo me pasaban a mí, pero que no iban con ella. En unos meses, se hicieron novios. Le gritó. Se casaron. Le gritó. Tuvieron hijos. Le pegó. Le pegó, le pegó y le pegó…
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