Sus lágrimas serían las últimas. Ninguna palabra que saliese de boca ajena debería hacerle derramar ni una más. Con la manga de su blusa se las secó y recordó que, ella no es ninguna prenda de vestir deteriorada por el tiempo para que la ensucien, la degraden hasta dejarla sentirse inútil o la modifiquen a voluntad, perdiendo su identidad. Se levantó con sus propias manos a pesar de todo el dolor que sentía, acalló su llanto y avivó su deseo de ser ella misma. Sólo el coraje la distanciaba de sus cadenas y la liberarían. Sólo dos palabras la separaban de la persona que nunca debió ser, de la que era, a la que ella quería ser. Basta ya.
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