No sentía nada,pero sí sabia que había superado la violencia de género y que mi marido ahora estaba en la cárcel.
Mis familiares todavía lloraban por el asunto; pero lo mejor era que cada día al despertarme recibía en la puerta de mi casa flores y mensajes de apoyo.
Me asomé a mirar uno y, al leerlo, comprendí que ya estaba muerta.
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